El Tao, en su eternidad, carece de nombre.
Aunque mínimo en su unidad,
nada en el mundo puede subyugarle.
Si los príncipes y los reyes
se tornaran al Tao
los diez mil seres serían agasajados
como huéspedes de honor.
El cielo y la tierra
se unirían para llover dulce rocío.
El pueblo, sin gobierno
por sí mismo se ordenaría con equidad.
Cuando en el principio se dividió, dió formas a las diez mil cosas,
y a estas cosas se les dió nombres.
Demasiados nombres ahora hay, llegando así la hora de detenerse
para resguardarse del peligro.
El Tao en el universo
es comparable
al torrente de un valle que fluye
hacia el rio y el mar.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Quería compartir con ustedes un poema que me encantó
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario